Nuit et la Sirène

«Tic toc, tic toc» retumbaba el sonido del reloj en la cabeza de Aura, que se encontraba aún tirada en el suelo de la cocina acompañada por Elora. Desconcertada por el sueño que acababa de recordar, miraba en diferentes direcciones para tal vez ubicarse pero seguía fundiéndose la imagen de los lugares de su visión con la de la casa. Pasó media hora en que las dos jóvenes no cambiaron de posición ni se dijeron nada.

Aura oía el eco de palabras como sueño, noche o Noche, madre, muerte, fiesta, pelea, Elora, realidad, éxito, libros, presión, alcohol, Palmar… y por último, junto con una imagen inquietante del mar, el melodioso cantar de un piano. Nuevamente estaba ese recuerdo acechándola, como un felino salvaje a su presa, y que subrepticio la llevaba a un sitio encubierto de su subconsciente. ¿Qué hacía el mar en la visión? Jamás había incluido el mar en dicho recuerdo, su infancia la pasó en una ciudad sin salida al mar. ¿Acaso no era ésta una vuelta a su memoria, a aquella ocasión en que lloró con amargura la desaparición de su sueño? Era quizás un recuerdo fabricado; fabricado por la necesidad de compañía, de sufrimiento, de drama. Lo que no consideró fue la posibilidad no de una memoria fabricada, alterada, sino una memoria futura… adelantada. Entonces Elora la rescató, si se puede decir que Aura necesitara de un rescate. Podría querer Aura perderse en sí misma en vez de continuar con su vida, para no encontrarse posiblemente con esta memoria futura. Fuera como fuese, ya había salido del laberinto.

Tomaron Aura y Elora un tiempo para descansar y salir de la angustia que les había causado la última secuencia de eventos. Elora preparó té de limón para que las relajara un poco. «Te decía que podrías también dedicarte a la fotografía, sos muy  buena…» dijo Elora rompiendo el hielo. Aura la miró con agradecimiento, no sólo por el cumplido, también por la compañía y por haberla cuidado, y Elora prosiguió «podrías armar un portafolio y llevarlo a la editorial que te publicó la primera vez… ¿cómo era el nombre? Ah si, Pájaro Negro. Bueno, y si te rechazan, porque son tontos (no veo otra razón para ello) yo te puedo ayudar con otros». De esta manera lograron volver a la normalidad; Elora siguió haciendo conversación por las fotos, y Aura oía atentamente y con interés las propuestas de Ela.

La animada plática se vio interrumpida por el timbre del teléfono. Don Palmar había escapado de la habitación de su esposa mientras ella dormitaba para llamar a casa de Aura. Temía que se pasara el tiempo y su hija llegara demasiado tarde. Elora tuvo la intención de contestar la llamada, pero Aura no quería quedar sola y correr el riesgo de soñar con el piano y el mar de nuevo, así que la retuvo e ignoraron el molesto ruido. «¡Salgamos!» exclamó Aura muy entusiasmada, tanto que acarreó a Elora con su emotividad.

Se alistaron las chicas y salieron de fiesta. Esta era no menos que una excusa para evadir un enfrentamiento con esas quimeras, sin embargo era posible que una salida le hiciera bien a Elora quien cargaba ya las penas de Aura, aunque no las conociera. Se perdieron en la noche, en un bar que aullaba destino, bebieron unas botellas de vino, y continuaron ahogándose en el dulce remedio del alcohol cuando Aura notó un joven alto, delgado, de ojos y pelo castaños y una mirada que con ternura se mantenía fija en Aura. Parecía severo, mas mostraba sensibilidad ante quien la mereciese. Y atrajo la atención de Aura como el polo opuesto de un imán, transportándola hasta donde él se encontraba. «Señorita…» dijo galantemente, dando a entender que a pesar de que Aura fuese quien se acercó físicamente, era él quien había hecho el llamado primero. «Sigue viéndose como sirena, aún estando fuera del agua,» añadió con una especie de coquetería sutil que terminó de encantar a la escritora.

No había ubicado todavía al elegante caballero en su mente, pero sentía que había más de él que lo que miraba y que sabía más de él que lo que creía. Elora los vio a lo lejos y quiso llegar para salvar a su amiga, pero ella rechazó el rescate rotundamente alegando estar en absoluto control de la situación. Elora los dejó a solas… es más, Elora abandonó el bar.

Aura y el caballero estuvieron intercambiando cortesías un rato, entonces él soltó un delicado pedido de buscar un lugar más callado. Sin considerarlo dos veces, confesó estar de acuerdo en que un lugar más callado y acogedor no sería mala idea, de todas formas estaba siendo sincera. Salieron del agujero negro del destino, del intrincado hueco de la perdidumbre para ir a casa de él. Si Aura hubiese estado más consciente, podría haber notado como coincidía el gusto del joven con el de ella y que su casa era la más cercana encarnación de la casa de sus sueños. Mezclando un leve sentido minimalista con un toque tétrico pero dulce, concordaba perfectamente con el aspecto y la sensación que él causaba, sobre todo en ella. Y hubo un torbellino de sentimientos, emociones, encantos y desencantos, de fuego y hielo, de alcohol en la vida de estos dos seres perdidamente enamorados el uno del otro. Estaban por siempre unidos… aunque la vida los fuera a separar.

«Evan…» leyó Aura en un papel cortado en la mesa de noche «por si considerabas importante mi nombre real».

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