Veulent voler

Estaba el cuarto a unas horas de terminar inundado de lágrimas cuando Elora profirió lo siguiente «creo que deberíamos partir a casa de tus padres… ya perdimos casi todo el día, no perdamos más tiempo». Así que sin alistar maletas ni pensarlo mucho, salieron Aura y Elora a casa de los Palmar. Había sido una posibilidad ir en carro, pero ninguna de las dos se sentía en condiciones de conducir, por tanto tomaron un tren. Quizás hubiesen preferido un medio más sutil y personal, pero no tenían muchas opciones si querían llegar pronto.

El tren olía a tierra húmeda, talvez por el clima y el revuelto mar, talvez porque era de baja categoría. La luz que quedaba del día y lograba pasar entre los árboles entraba por varias ventanas, intensificando el aspecto tétrico del tren; creaba rayos de luz que caían sobre los pasajeros y se movían y se escondían entre los árboles a medida avanzaban por el bosque. No hubo conversación entre las amigas en todo el trayecto, ni siquiera de esas palabras fugaces sobre el clima o el ambiente. Elora iba cabizbaja y sumida en recuerdos, extrañamente, porque ese suele ser el papel de Aura . Ella, en cambio, estaba distraída en el paisaje. No recordaba haber tomado esa ruta nunca. Siempre viajaba al lado de la costa y después  tomaba un desvío tierra adentro, sin embargo un posible recuerdo reconstruido le hacía pensar que había viajado en ese mismo tren através de ese misma bosque acompañada de sus padres. Si, aquella vez que iban a la playa y terminaron de vuelta a la casa hasta el final de la semana. Se preguntaba también por qué no había viajado más por ese lado; ella admiraba y disfrutaba perfectamente del bosque, no solo del mar.

Dejó de pensar, seguir en la corriente de recuerdos podía sumergirla en una terrible depresión y quería verse calmada cuando llegara a la casa. Entonces, habiendo ya silenciado su mente, pudo oir el cantar bien de decenas de pajarillos. Le pareció curioso que el tren no los espantara y que el ruido del mismo no ahogara el canto de ellos. «Debe ser invento mío… no puede ser cierto» se dijo a si misma y prestó mayor atención a los detalles. ¡Allí estaban, no era producto de su imaginación!

Se asoma la ventana del pasajero que viaja enfrente para echar un vistazo a las aves. Podía verlas jugueteando en la punta de los árboles. La imagen tan conmovedora de estos pequeños seres hizo que brotaran lágrimas en sus ojos. Elora quiso saber lo que tenía a Aura tan entusiasmada mas no movió un músculo por averiguarlo y volvió a sumirse en sus pensamientos. Un tercero viendo este cuadro podría creer que quién sufre una pérdida es Elora, y Aura es simplemente su compañía… no muy placentera. Sin embargo, este no es el caso y no se le podía reclamar a Aura por su comportamiento.

Se avecinaba la noche y las jóvenes debían averiguar cuál habitación les correspondía en el tren. Elora tuvo que buscar la manera de salir de su enclaustramiento para ponerse a cargo de la situación, porque Aura, a pesar de verse más calmada, no podría tomar ninguna carga. Le hizo una seña a Aura avisándole que ya volvía; fue por el encargado para conseguir la información, Aura ni siquiera se había percatado de que se encontraba sola en el asiento. Al volver, Elora le mostró el papel y fue rumbo al cuarto, dejando a Aura sola contemplando el paisaje nuevamente… Ella se retiró más entrada la noche porque quería que quedara grabada en su mente la imagen del bosque a oscuras, o era la tranquilidad que esto le daba lo que quería permaneciera en ella. Fue directo a dormir y soñó con volar con la libertad esa que tenían las bellas aves que estuvo admirando, soñó con cantar sin temor del tren, soñó con huir de su vida, soñó con ser feliz.

 

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