Juste un rêve

En casa de los Palmar la vida comenzaba a pintar de colores más opacos a causa de algo más que juventud pasada. Una enfermedad atacaba con fuerzas la calidad de vida de doña Julieta, y en los pasados dos días parecía que no iba a ceder. La razón de la visita a Aura era sincera, porque aún estando sabidos de los problemas de salud de Julieta Soto, eran firmes creyendo que se recuperaría como lo hacía siempre; por ello habían decidido no alarmar a Aura con las noticias.

«Querida, creo que ya es hora de decirle a Au de tu condición…» susurró don Palmar al oído de su esposa. La señora asintió pues ya sentía que se le iba la vida y jamás se perdonaría no despedirse  de su hija.

Lo consideraron un rato, queriendo recuperar la fé en las fuerzas de lucha de Julieta, pero concordaron en que éstas ya no existían y lo mejor era avisarle a la muchacha. Estaba don Palmar por levantarse a traer el teléfono cuando Julieta lo detuvo y dijo: «déjala un día más, puedo aguantar todavía y no quiero hacerla sufrir más de lo necesario». El señor no discutió y permanecieron en esa habitación inmóviles, somnolientos y agazapados por el resto del día.

Así bajo una atmósfera lúgubre, en un mundo donde las cosas distan de ser como uno quisiera, la madre de Aura hacía las pases con su partida. Entre tanto, las jóvenes despertaban completamente ajenas al cuadro que acabamos de pintar, como un niño que desconoce los problemas emocionales que va a acarrear por disputas familiares de las que no es parte, ignorando el dolor que sufrirá en el futuro. Ellas disfrutaron de trabajar en equipo, habiéndose dividido las tareas del hogar para luego buscar entretenimiento en la calle. Cuando Elora entra en el cuarto oscuro para organizar, encuentra unas fotos sueltas y recuerda el pasatiempo de Aura. «Niña, no me habías dicho que todavía tomabas fotos» salió del cuarto diciéndole «¡qué lindas están! ¿Por qué no las envías a tu editorial para que te publiquen? No sólo puedes ser poeta…» Riendo y dando vuelta a la casa en busca de Aura, admiraba las fotos que se tornaban más interesantes entre más las miraba. Le parecía que cada vez que las veía tenían un aspecto diferente, quizás más misterioso.

-¡Aura!- gritó ella al ver a su amiga agachada en el piso, -¿qué te pasa?

Aura levantó el rostro, haciendo visibles las lágrimas que corrían por sus mejillas. Una mezcla de sueños psicodélicos y recuerdos borrosos la estaba confundiendo. Perdida en el laberinto de su mente, corriendo exhausta por todos los rincones esperando ver, en vez de paneles de madera y figura difusas, un rayo de luz que le permitiera saber dónde estaba la salida, sintiendo sacudidas de Elora desde la realidad y deseando fervientemente que lograran sacarla de la irrealidad… despertó.

Elora esperaba ansiosa la primera reacción de parte de Aura; algo que le dijera que aún no debía despedirse de ella. «Tuve un sueño… bueno, no sé si fue un sueño o fue verdad. Mi lógica me dice que no puede ser cierto, lo que lo discrimina a sueño; pero presiente que no fue solo eso». Hiperventilaba y se calmaba alternadamente. Elora le dijo que podía confiarle su sueño, que no la creería loca, sin presionarla. Bien sabía que, especialmente en esas ocasiones, Aura necesitaba tranquilidad, no presiones. «Es confuso, como un rompecabezas que debo armar. Comienza en una repetición de los últimos dos o tres días, pero desagradable. También recuerdo algo de un chavo… Noche, así lo llamé. Y mi mamá…» suspiró para no continuar con la muerte de su madre. Cambió de tema, sin volver a lo de Julieta. Comentó que había conocido a Noche al amanecer y rió con ironía; adhiriéndose a ese recuerdo para evitar el de la muerte.

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