Julieta Soto, ma mère

Aura entró en un cuarto de paredes descoloridas, con luz ténue y poca ventilación. Tenía el aspecto de un cuarto de hospital, sin la claridad desagradable ni la limpieza clínica, más bien era algo indefinido para Aura.

«Má… soy yo» murmuró vacilante aproximándose a la señora con lentitud. Sólo se oía la suave, pacífica y pausada respiración de ambas. Finalmente, Aura llegó al costado de la cama y se sentó al lado de su madre. Todas las que parecían razones para estar molesta con su madre fueron pareciendo más ridículas a medida sentía el tiempo pasar con su usual sutileza y sin prisa. Jamás hubiera adivinado que dejar sus problemas podía ser tan fácil… o ¿le era fácil? Tenía que enfrentar la muerte de su madre pronto, era casi inevitable. ¿Acaso era fácil eso? ¿Podría haber sido más sencillo adherirse al rencor y al resentimiento que tener que despedirse de ella? ¿Era posible resolver los problemas y terminar de limar las asperezas con la persona con quien tuvo más pleitos en toda su vida, con quien no hablaba por poco más de un quinquenio? Entre tanta reflexión estuvo al borde de caer nuevamente en su ensueño, cuando Julieta Soto abrió los ojos, que se humedecieron al ver a su hija primogénita sentada en un extremo de la cama.

«Gracias por acompañarme querida… necesitaba verte y saber que estabas bien. Sé que es difícil estar aquí para vos, pero no es sano permanecer atada al enojo o resentimiento o lo que fuera que tenías conmigo… o contra mí, será…» dijo ella en vos baja al tiempo que rodeaba la mano de Aura con sus manos débiles y temblorosas. «Te amo, hija… sin importar cuánto tiempo pasara sin que habláramos, no te iba a dejar de amar» continuó la mujer sin poder sostener más el aliento. Repitió «no te iba a dejar de amar» disminuyendo cada vez el volumen, haciéndolo cada vez menos perceptible, menos inteligible; hasta que enmudeció.

Aura no supo ni balbucear un palabra. Las lágrimas dominaron su vista, encegueciendo a la joven momentáneamente. Su dolor era irreprimible, por lo que explotó y la abandonó en su subconsciente.

Don Palmar y Elora esperaban fuera del cuarto que acababa de contemplar estos sucesos tan melancólicos, sombríos y desafortunados. Podían no estar adentro, pero tenía una idea bastante acertada de lo que pasaba y no estaban seguros de querer confirmar sus sospechas…

On va à la maison de tes parents? (chez-Palmar)

Desde que entraron a la casa de los Palmar, Aura quería romper en llanto. Todas las cosas le traían nostalgia, sin embargo, habría podido controlarse de no ser por el piano en la sala. Tuvo un exabrupto, y se salió de contexto, remontándose a cuando tenía 16 años.

Un salón vacío, el piano en una esquina. La luz, peleada con el clásico instrumento, alumbraba solamente la banquita y soltaba, sin querer, un haz de luz en las manos de la intérprete. Serpentinas y globos por el suelo le daban a la escena una tonalidad de sepia; posiblemente no estaban así en aquella ocasión pero esa, la cabeza, siempre juega trucos y adorna aquellos recuerdos que amamos como ensombrece lo que quisiéramos olvidar; quizás por la tendencia humana de buscar perfección, sin darnos cuenta que lo especial es que en este mundo tan distraído, en el que la perfección es imposible, un momento así es bello por sus errores y no por sus aciertos.

Podía imaginarse el canto de un coro, “¡cuánto mejor sería!” pensaba sin percatarse de que el único coro necesario era el que estaba soñando. “Dam dam dam di dam, dandam…” subía en grupo de voces, “Dam, dadadá bodim bodim…” contestaba el otro, “Bada bada, dero dim dero, badamdam…” lo retaba el primero hasta que se perdían y, al unísono, quedaban en silencio. El piano comenzó a emitir sus penas con intensidad, al punto que no se podían escuchar los dedos aporreando las teclas ni las exclamaciones de Aura. Estaba sola en el salón, o al menos eso creía hasta que por sobre los cantos y los llantos del piano se logró oír una lágrima caer al piso seguida de una voz masculina que seguía al pie de la letra lo que cantaba el coro. Aura dejó de tocar, pero el coro y el joven continuaron. Trató de contenerse, mas sus esfuerzos fueron inútiles. Al cabo de unos segundos ya había un charco alfombrando el piano. Ella quiso ver atrás, quiso averiguar quién era el dueño de esa voz tan conmovedora y a la vez desgarradora… no lo hizo. ¿Acaso tenía algo? ¿Temía decepcionarse, temía que todo fuera producto de su imaginación?

«¿Quieren tomar algo… un té quizás?» dijo Don Palmar, interrumpiendo la quimera de Aura. Elora respondió sin titubear entretanto daba un pequeño empujón a Aura para que reaccionara; «Si pudiera ponerle leche le estaría muy agradecida» añadió.

«¿Dónde está mamá?» exclamó Aura, quien permanecía confundida por el sueño; y, sin esperar respuesta, corrió a su viejo cuarto y se encerró.

Don Palmar quiso acercarse a la habitación de Aura, sin embargo Elora lo detuvo cortésmente y sin cruzar palabra le hizo entender que no era buena idea. Lentamente se dirigió a la puerta de la habitación, intentó dar vuelta al picaporte y al ver que no abría, volvió a la sala. Don Palmar la seguía con su mirada, tratando de calmarse a sí mismo repitiéndose mentalmente «es su amiga de toda la vida, seguro sabe lo que hace…». Elora había tomado un pedazo de papel y garabateó algo. Al ir de vuelta en busca de Aura, en vez de intentar entrar otra vez, pasó el papelito por debajo de la puerta.

«Lo recuerdas?» leyó Aura al lado de una silueta de un gato y una luna. Sonrió. Claro que lo recordaba, era el «logo» de su amistad. «Podés confiar en mí, Aura, y podés confiar en tus papás…» se oyó desde el otro extremo de la puerta. Aura respiró profundamente, tomó el picaporte y salió del cuarto. Diciéndose a sí misma «debo hacerlo».

Sur la route…

“Elora, vamos…” dijo Aura en un susurro casi inaudible, “¿qué no oyes la alarma? Se nos va a hacer tarde”. Elora, al cabo de murmurar un rato, terminó por levantarse. Desayunaron, se alistaron y partieron.

A l'auto
A l’auto

Ambas jóvenes iban en el mismo auto, el mismo camino, mas estaban inmensurablemente distanciadas; cada una sumergida en sus propios pensamientos. Aura no podía escapar de su sueño con Noche, aún cuando comenzaba a sospechar que quizá había sido eso solamente, un sueño; mientras Elora pensaba en las posibles razones de su visita a Aura: ¿acaso había decidido tomar este viaje para alejarse de su propia vida y no afrontar sus problemas? ¿O había sido sinceramente para recuperar su relación con su amiga? ¿Quizá percibió de alguna manera sobrenatural, aunque en realidad no creyera en ello, la necesidad de su amiga? Fuera de esto, fuera de los pensamientos de ambas chicas, había un día cálido y acogedor. Exhalaba el viento para sacarlas del ensimismamiento, para traerlas al mundo real que por doloroso y cruel que fuera, o por irreal y egoísta que pareciera, seguía siendo más real que sus pensamientos. Esos pensamientos que siempre las empujaban hasta llevarlas al borde de la conciencia, donde miraban sus sueños y cuán lejos realmente estaban; los pensamientos que, en esta ocasión en particular, estaban sustrayendo a Aura de lo que la rodeaba.

Una anciana a la orilla de la calle llamó la atención de Aura y Elora y aunque lo hizo de distintas maneras y por distintos motivos, las acercó en ese aspecto. La anciana tenía esa mirada de ternura que se encuentra en las señoras mayores y que suele inspirarle a uno el deseo de llamarlas “abuelita”, pero se podía percibir en ella una cierta nostalgia, también común en adultos mayores, y que puso en Aura una conmoción inusual. Elora notó que ella llevaba una pequeña maleta, y creyó que se podía deber a que Doña María, como quiso llamarla con el objetivo de divagar sobre ella con mayor facilidad, era orgullosa y no le gustaba sentirse una carga. “Habrá decidido huir de casa” dijo Elora para sí misma, “como un adolescente caprichoso que siente que tiene el poder sobre su vida y no se ha dado cuenta que ni el millonario poderoso puede decidir cómo vivir”. Creía que la situación era ligeramente diferente, sin embargo compartía muchos de los mismos elementos y conllevaba al mismo final: después de perderse un par de horas (aunque el tiempo puede variar de un caso a otro), o decide volver a casa ya que “la familia ha de estar terriblemente preocupada” o se queda en un solo lugar al ver que no tiene a dónde ir y es encontrada por un familiar alarmado. Aura consideró hacer un comentario sobre la señora; Elora se adelantó: “¿No te parece triste? No quisiera estar así a esa edad”. Aura asintió, aunque no estaba de acuerdo. A ella le parecía más digno separarse de la familia para no hacerlos sufrir más mientras lo ven a uno morir, y creía que en eso estaba la anciana. “Una persona tiene derecho a escoger dónde vivir, dónde morir y junto a quién morir; ella está en todo su derecho de irse en busca de un lugar más tranquilo. Si yo fuera a encontrarme un pariente suyo agitado por su desaparición, lo detendría e intentaría hacerlo entrar en razón, no debe forzarla a volver aunque tenga potestad legal sobre ella…” siguió mientras Elora esperaba que dijera algo.

“No estás de acuerdo, ¿verdad?” preguntó Elora, a lo que Aura contestó con silencio. “Entonces… ¿por qué dijiste que si?” y de nuevo un silencio inundó el ambiente. Aura no quería admitir que aquella confianza que solía tener en ella se estaba terminando de esfumar, cosa que Elora ya había comenzado a sospechar y de ambas partes. “Yo sé que hemos cambiado en este tiempo, pero ¿no crees que deberíamos al menos intentar rescatar la amistad? Yo quisiera seguir siendo tu amiga, aunque no sea la mejor… Hemos sido amigas por mucho tiempo, no me gustaría perder una amistad tan significativa” en lo que reflexionó y agregó: “A menos que no haya sido significativa para vos… ¿?”

Aura le hizo una señal para poder meditarlo un poco, ya que no había considerado que hubiera problemas entre ellas. Hizo un ligero y rápido recuento de todo lo que habían vivido juntas, de todas las veces en que Elora la puso como prioridad aún sobre sus propios sentimientos, de todas las promesas que se habían hecho: vivir juntas en un punto de la su juventud, guardar en secreto algo que les apenaba, irse de viaje por Centroamérica, conocer el escritor favorito de Aura y conocer el músico favorito de Elora., etcétera. Ella no quería dejar todo eso de lado, no quería dejar atrás esa época, tan anhelada por muchos; sabía que no iba a poder encontrar otra amiga como Elora, que la conociera tan bien, que pudiera adaptarse a ella y viceversa y más aún sabía que ella, en particular, no es una persona que tiene facilidad de hacer amistades. Se la había pasado 10 años de su vida sin hacer amistades, sólo conocidos y seudo-amigas, de aquellos con los que puedes pasar un rato tranquila pero sólo los buscas cuando no tienes compañía o algo mejor para hacer.

“¿Podría preguntarte algo?”, dijo Aura “¿Cómo nos distanciamos? ¿Cuándo?”

Elora levantó los hombros. “No sé exactamente, pero comencé a sentirme incómoda con vos desde que tuviste esa terrible pelea con tu mamá” contestó con un poco de miedo, “Esa vez también peleamos nosotras, ¿recordás? Porque yo no estaba de acuerdo con la forma en que tratabas a tu madre.” Un balde de culpabilidad cayó sobre Aura y la dejó en una maraña sin saber qué hacer. Era culpa suya haberse visto aislada el último par de años; por su falta madurez su madre no podía irse en paz, por su enojo se distanció de su mejor y, más importante todavía, única amiga.

Se detuvieron a comer. Suspiró un millón de veces; abría la boca con la intención de hablar pero las palabras caían como si fueran de un metal pesado sin llegar a ser oídas por Ela, como solía decirle Aura. Elora hizo un poco de charla superficial; Aura le siguió la corriente pero no pudo decir nada sobre el tema serio hasta que una oscuridad leve reinó el cielo y logró sacar de la vista al sol. De vuelta en el auto, de vuelta al silencio. Lo siguiente que se oyó fue un lápiz grafito rayando un cuaderno: Aura había tomado su poema de vuelta.

Caídas, salidas,

bajadas, subidas

¿En qué cabeza surgió primero

la espina de la melancolía?

Cuando Elora notó que Aura estaba escribiendo se sintió mejor, a pesar de la situación incómoda. “Veo que no ha cambiado” pensó para dentro y luego dijo en voz alta: “Dentro de poco llegaremos al hotel, solo nos falta un par de kilómetros”. Aura le sonrió y continuó escribiendo hasta que quedó dormida. “Despierta, llegamos.”

Tenían un día pesado por venir, el hotel quedaba a un par de horas de la casa de los padres de Aura entonces tenían que madrugar. Aura hizo una llamada rápida al celular de Don Palmar avisando que se encontraba bien y que llegaría al siguiente día, y se fueron a dormir.

Bon Voyage!

Canción- KT Tunstall- Funnyman

Aún desconcertada por el encuentro misterioso de la madrugada y por la borrachera sentimental del día anterior, preparó maletas y alistó todo para el viaje.

Creo que aún tenía la esperanza que llamara su padre y le dijera que ya no era necesario que fuera allá, que se arrepentía de haberle dicho que los visitara y poder tomar un descanso de toda esa tensión que la salida le había causado. Al finalizar, se tiró en el sofá, cerró los ojos un momento e imaginó que sonaba la puerta… en eso, sonó la puerta. Vaciló por un momento, no quería volver al juego de cubrir apariencias y engañar, no quería abrir esa puerta, que a causa de eso, se sentía distante casi inaccesible y se retiraba más a medida pasaban los segundos. Aura no hacía el menor esfuerzo por ocultar su angustia, cosa que se permitía porque se encontraba completamente sola, de esa manera ahorraba la poca energía que tenía para «afrontar» el problema o por lo menos de eso estaba convencida.

Rápidamente tomó papeles higiénicos que estaban tirados por toda la sala de estar, recogió unas prendas que estaban regadas por el piso (porque habían sido descalificadas para el viaje), dos tazas de café y un plato de galletas y lo medio acomodó todo en su cuarto. «Un momento…» dijo para que el visitante no desesperara.  Al abrir se llevó una grata sorpresa, «Aura!!!» gritó una joven que estaba a la puerta. La joven era de estatura promedio, piel clara, contextura delgada, cabello liso, oscuro y largo, ojos redondos y sonrientes, y nariz alargada; también tenía un leve parecido con Aura. «Elora!!!» gritó Aura correspondiendo a su amiga, «hace tanto tiempo no te veo!» dijeron ambas al unísono.

Sin cruzar palabra, casi leyéndose la mente la una a la otra, tomaron asiento y suspiraron. La emoción era tal, que prácticamente era tangible. «Ayer estaba viendo las fotos de nuestro último viaje, ¿recuerdas? ¿el que te inspiró a hacer el primer libro?» comenzó la charla Elora, mientras miraba a su alrededor con curiosidad, «y decidí venir para ir planificando en el próximo, pero antes que nada….» agregó sutilmente «¿qué ha sido de tu vida?»

Aura tragó grueso porque, si bien eran amigas íntimas, algo que siempre les traía conflicto era la problemática su relación con su madre.  A pesar de ello, le contó lo sucedido. «¿Ves todo este desorden? Bueno, está así porque le prometí a papá ir a visitarlos…» y pausó para ver la reacción de su amiga. Jamás se había sentido Aura tan incómoda con Elora como en ese momento, en que llegó a sentir que quizás no era la niña con quien corría por los jardines persiguiendo mariposas, o la niña con quien se tiraba en el patio bajo la lluvia a contar pétalos de rosa, o la joven con quien hacía conciertos de ROCK para sus peluches… no, definitivamente algo había cambiado, algo que no le permitía leer su expresión. «Todavía no sé cuando salgo, pero no debe pasar del sábado» continuó al ver que aún no había cambio en su semblante, «y… ¿sabes? ahorita me vendría bien un poco de apoyo y cuando te vi… eh, me alegra mucho que vinieras» y esperó hasta ver su reacción.

«Que bueno» exclamó Elora repentinamente, «a tiempo vine para que nos

Drinks

Drinks

fuéramos de viaje!!! Pero hoy… debemos ponernos al día y relajarnos un poco tal vez en un club o algo así, pero no te preocupes; mañana salimos más temprano que tarde y comenzamos la aventura, de todas formas, me habías dicho que la inspiración estaba estancada, ¿no?» Aura creyó que era retórica hasta que notó que Elora esperaba respuesta… «Bien,» dijo con poco entusiasmo, «mañana salimos, pero a ti te queda hacer todo el itinerario, yo no quiero pensar en nada». Arreglaron el equipaje, alistaron el carro, Aura se encargó de guardar bastantes cuadernos para trabajar en su libro y Elora de planificar la ruta. A espaldas de Elora, Aura había desarrollado un nuevo pasatiempo que la ayudaba con la escritura… la fotografía; entonces tomó su cámara y la escondió en su maleta.

Copa
Copa

Esa noche, entre velas y vientos, entre notas y asientos, entre luz y sombra, entre copas… sudando estrés y respirando alcohol, dejó ir un pedazo de su alma. Aura se tambaleaba «al compás de la música» como repetía una y otra vez Elora, mientras perdía de vista la línea que divide el ahora y el después. Varias veces pensó en el joven de la playa y aunque sintió la necesidad de contarle a su amiga, no lo hizo. Elora mantuvo la cordura lo más que pudo, que no es mucho que decir. Las escupió la madrugada fuera del club, hacia el apartamento. En sus sueños, siguió repasando el encuentro con «Noche», como quiso llamarlo, de una manera psicodélica seguramente a causa del alcohol.

«Beep, beep, beep». Sonó la alarma: era hora de partir.

Deuxième Jour (Segundo Día)

Al día siguiente de la visita de su padre, Aura no se sentía tan segura sobre ver a su mamá. Esa tranquilidad que le dio leer aquella frase ya no estaba, pero, lastimosamente, no había vuelta atrás.

**14 horas atrás…

-La línea se encuentra ocupada, deje su mensaje después del tono, bip!

-Papá? Hola, emm… esta semana voy a llegar por allá. No se preocupen de hacerme espacio en casa, voy a quedarme en un hotel… ya hice reservaciones. Sólo avisaba, chao.

No había reservado nada, ni había pensado en como irse, pero sí algo debía evitar era quedarse a dormir con ellos. Ya bastante locura le parecía ir a visitarlos.

Se convenció de que algo bueno le traería ese viaje, y tenía razón, porque la sola decisión le cayó como un balde de agua, despertándole la inspiración. Pasó lo que quedaba del día escribiendo, sin embargo no escribía poemas: eran más que todo cartas para sí misma, que, años más tarde, serían parte del libro más importante que publicara.**

Ofuscada y descontrolada por una cierta embriaguez, partió al mar. Quizás pensando que las olas le llevarían su malestar así como suelen llevarse sus poesías; quizás con la idea de escaparse por un momento de su vida, convertirse en sirena, vivir bajo el agua y evadir la realidad; quizás esperaba ahogar la niña que llevaba dentro, la que la forzaba a arreglar su relación con su mamá, y no sentir más esa responsabilidad de hija. Corría hacia el horizonte, desesperada por  soltarse de esas cadenas que la matenían atada a la tierra, seca y cruel. El atardecer «mandarino» inundaba lentamente sus ojos, hasta que un profundo azul marino los bañó en su totalidad y la llevó a brazos de Morfeo.

La arena arropó a Aura durante la noche pero no pudo impedir que los rayos del sol la despertaran. No quiso levantarse al despertar, sino se quedó contemplando el paisaje. Los acantilados resaltaban por el brillo que les daba la luz de día, el follaje se miraba de un verde tenue pero vistoso… la marea suave acariciaba la costa y le daba a la arena un tono más oscuro que resaltaba el color de piel de Aura y la embellecía.

Color a un Día Lluvioso

Color a un Día Lluvioso

Se acercaba a la playa un joven alto, delgado, de ojos y pelo castaños y una

mirada que con ternura se mantenía fija en Aura. Dulcemente apoyó su mano en el hombro de ella y le susurró al oído «se ve usted preciosa, tanto que podría asegurar que es una sirena», y antes que ella pudiera voltear a verlo, la detuvo con suavidad, «la próxima vez podrá verme, pero me gustaría mantener el suspenso un poco más».

Aura cerró los ojos y soñó con él, con música, con felicidad, con paz… con él, y dijo «cómo sabes que nos volveremos a ver?» a lo que respondió «yo me aseguraré de que así sea… el cuándo y dónde quedan para el destino» y se fue.

Canción- Try de Nelly Furtado

Premier Jour (Primer día)

«Me levanté con el pie derecho hoy… si, sé que parece que es algo bueno, pero soy zurda en mi totalidad, entonces para mi, es una catástrofe.» Tomó lápiz y papel y se dirigió a la ventana. Pasada la hora de estar sentada viendo el mar llevarse todas sus ideas, se levantó y buscó algo de comer.

My Silent Sea
Mar Silencioso

Recordaba que sus ideas fluyen mejor con el estómago satisfecho y que debería haber pensado en eso desde un principio… En eso oyó el timbre, corrió a cubrirse y se dirigió a la puerta.

«No podían dejarme un momento a solas en que fluyera tinta, ¿verdad?..» dijo en voz baja, «Buenos… días» exclamó dejando notar su sorpresa por verlo, pensando quizás que a esto la llevó levantarse con el pie derecho.

-¿Acaso no te alegra verme?, dijo él.

-Claro que si… papá!!!- lanzóse a sus brazos, intentando guardar las lágrimas para otra ocasión.

Después de unos minutos de emotividad y saludos, se sentaron a la mesa. Los vientos de otoño comenzaban a azotar con mayor fuerza entonces Aura ofreció servirle té o café para calentarse. Él rechazó la oferta alegando estar bien, mientras un escalofrío leve lo delataba.

-Y dime… qué ha sido de tus libros? He leído un par de malas críticas, pero creo que la mayoría han sido favorables, ¿no es así?- dijo repentinamente Don Palmar.

Aura le contó del éxito de su último libro, y que está molesta con la editorial porque quieren comercializarla más, cosa que juró evitar. «Por eso tenía la esperanza de que el primero no fuera exitoso, porque la presión después corta la inspiración y ya lo he comprobado», comentó ella.

Al cabo de media hora, ella le hizo saber a su padre que tenía el presentimiento de que su visita tuviera una razón oculta y Don Palmar se vio obligado a confesar. «Aura, tu madre no se ha estado sintiendo bien y me gustaría que pudieras tomarte un tiempo para verla», confesó después de aclararse la garganta, «sé que es complicado, por eso sólo te lo pido por favor. Yo sé que ella se alegraría de verte, y quizás mejore. Pero principalmente te lo pido porque no quisiera verla irse y que queden en malos términos…»

Hubo un silencio ligeramente incómodo, pero, más que nada, melancólico. Aura trataba de juntar las palabras para decirle al papá que no quería ver a su madre, y no por resentimientos. Lastimosamente, su cerebro no funcionaba como ella hubiera querido, y en ese momento se le ocurrieron un par de líneas para el poema. «Lo siento pá, ehh… no te prometo nada, pero lo pensaré, ehh… pero dile que la quiero mucho de todas formas», dijo, rompiendo el hielo sin pensarlo, e hizo que sintiera que estaba urgida por hacer algo para que la dejara. Sin cruzar mayor palabra, la abrazó, la miró acongojado una vez más y se retiró.

Aura volvió a su usual lugar para escribir, anotó rápidamente los versos y se asomó por la ventana. Ver a su padre partir hacia la carretera la hizo reflexionar y, nuevamente, quedarse corta con el poema.

Toda esa tarde la pasó envuelta en papeles de viejos escritos suyos, la mayoría de su etapa nostálgica. No tenía sus escritos organizados ni el libro en que los publicó, sólo los papeles originales, ya fueran pedazos de servilletas o esquinas de diplomas. Comenzó a mezclarse con los papeles, confundiendo la brisa que producían ellos en su movimiento con la brisa marina que entraba por la ventana. Rodeada por este torbellino de frases, de poemas y encrucijadas, se dejó llevar por las palabras que la guiaban hacia una especie de túnel, cayendo al final en un singular poema que había escrito en su infancia: «hija mía,/ tu centro está en mí como mi centro está en tí/ alas abiertas te hacen volar/ mas alas cerradas te botarán» y se desplomó.

Cuando despertó, aún mareada, sintió un alivio y claridad peculiares y tomó la decisión de visitar a su madre.


Canción Silent Sea, de KT Tunstall