“Elora, vamos…” dijo Aura en un susurro casi inaudible, “¿qué no oyes la alarma? Se nos va a hacer tarde”. Elora, al cabo de murmurar un rato, terminó por levantarse. Desayunaron, se alistaron y partieron.
- A l’auto
Ambas jóvenes iban en el mismo auto, el mismo camino, mas estaban inmensurablemente distanciadas; cada una sumergida en sus propios pensamientos. Aura no podía escapar de su sueño con Noche, aún cuando comenzaba a sospechar que quizá había sido eso solamente, un sueño; mientras Elora pensaba en las posibles razones de su visita a Aura: ¿acaso había decidido tomar este viaje para alejarse de su propia vida y no afrontar sus problemas? ¿O había sido sinceramente para recuperar su relación con su amiga? ¿Quizá percibió de alguna manera sobrenatural, aunque en realidad no creyera en ello, la necesidad de su amiga? Fuera de esto, fuera de los pensamientos de ambas chicas, había un día cálido y acogedor. Exhalaba el viento para sacarlas del ensimismamiento, para traerlas al mundo real que por doloroso y cruel que fuera, o por irreal y egoísta que pareciera, seguía siendo más real que sus pensamientos. Esos pensamientos que siempre las empujaban hasta llevarlas al borde de la conciencia, donde miraban sus sueños y cuán lejos realmente estaban; los pensamientos que, en esta ocasión en particular, estaban sustrayendo a Aura de lo que la rodeaba.
Una anciana a la orilla de la calle llamó la atención de Aura y Elora y aunque lo hizo de distintas maneras y por distintos motivos, las acercó en ese aspecto. La anciana tenía esa mirada de ternura que se encuentra en las señoras mayores y que suele inspirarle a uno el deseo de llamarlas “abuelita”, pero se podía percibir en ella una cierta nostalgia, también común en adultos mayores, y que puso en Aura una conmoción inusual. Elora notó que ella llevaba una pequeña maleta, y creyó que se podía deber a que Doña María, como quiso llamarla con el objetivo de divagar sobre ella con mayor facilidad, era orgullosa y no le gustaba sentirse una carga. “Habrá decidido huir de casa” dijo Elora para sí misma, “como un adolescente caprichoso que siente que tiene el poder sobre su vida y no se ha dado cuenta que ni el millonario poderoso puede decidir cómo vivir”. Creía que la situación era ligeramente diferente, sin embargo compartía muchos de los mismos elementos y conllevaba al mismo final: después de perderse un par de horas (aunque el tiempo puede variar de un caso a otro), o decide volver a casa ya que “la familia ha de estar terriblemente preocupada” o se queda en un solo lugar al ver que no tiene a dónde ir y es encontrada por un familiar alarmado. Aura consideró hacer un comentario sobre la señora; Elora se adelantó: “¿No te parece triste? No quisiera estar así a esa edad”. Aura asintió, aunque no estaba de acuerdo. A ella le parecía más digno separarse de la familia para no hacerlos sufrir más mientras lo ven a uno morir, y creía que en eso estaba la anciana. “Una persona tiene derecho a escoger dónde vivir, dónde morir y junto a quién morir; ella está en todo su derecho de irse en busca de un lugar más tranquilo. Si yo fuera a encontrarme un pariente suyo agitado por su desaparición, lo detendría e intentaría hacerlo entrar en razón, no debe forzarla a volver aunque tenga potestad legal sobre ella…” siguió mientras Elora esperaba que dijera algo.
“No estás de acuerdo, ¿verdad?” preguntó Elora, a lo que Aura contestó con silencio. “Entonces… ¿por qué dijiste que si?” y de nuevo un silencio inundó el ambiente. Aura no quería admitir que aquella confianza que solía tener en ella se estaba terminando de esfumar, cosa que Elora ya había comenzado a sospechar y de ambas partes. “Yo sé que hemos cambiado en este tiempo, pero ¿no crees que deberíamos al menos intentar rescatar la amistad? Yo quisiera seguir siendo tu amiga, aunque no sea la mejor… Hemos sido amigas por mucho tiempo, no me gustaría perder una amistad tan significativa” en lo que reflexionó y agregó: “A menos que no haya sido significativa para vos… ¿?”
Aura le hizo una señal para poder meditarlo un poco, ya que no había considerado que hubiera problemas entre ellas. Hizo un ligero y rápido recuento de todo lo que habían vivido juntas, de todas las veces en que Elora la puso como prioridad aún sobre sus propios sentimientos, de todas las promesas que se habían hecho: vivir juntas en un punto de la su juventud, guardar en secreto algo que les apenaba, irse de viaje por Centroamérica, conocer el escritor favorito de Aura y conocer el músico favorito de Elora., etcétera. Ella no quería dejar todo eso de lado, no quería dejar atrás esa época, tan anhelada por muchos; sabía que no iba a poder encontrar otra amiga como Elora, que la conociera tan bien, que pudiera adaptarse a ella y viceversa y más aún sabía que ella, en particular, no es una persona que tiene facilidad de hacer amistades. Se la había pasado 10 años de su vida sin hacer amistades, sólo conocidos y seudo-amigas, de aquellos con los que puedes pasar un rato tranquila pero sólo los buscas cuando no tienes compañía o algo mejor para hacer.
“¿Podría preguntarte algo?”, dijo Aura “¿Cómo nos distanciamos? ¿Cuándo?”
Elora levantó los hombros. “No sé exactamente, pero comencé a sentirme incómoda con vos desde que tuviste esa terrible pelea con tu mamá” contestó con un poco de miedo, “Esa vez también peleamos nosotras, ¿recordás? Porque yo no estaba de acuerdo con la forma en que tratabas a tu madre.” Un balde de culpabilidad cayó sobre Aura y la dejó en una maraña sin saber qué hacer. Era culpa suya haberse visto aislada el último par de años; por su falta madurez su madre no podía irse en paz, por su enojo se distanció de su mejor y, más importante todavía, única amiga.
Se detuvieron a comer. Suspiró un millón de veces; abría la boca con la intención de hablar pero las palabras caían como si fueran de un metal pesado sin llegar a ser oídas por Ela, como solía decirle Aura. Elora hizo un poco de charla superficial; Aura le siguió la corriente pero no pudo decir nada sobre el tema serio hasta que una oscuridad leve reinó el cielo y logró sacar de la vista al sol. De vuelta en el auto, de vuelta al silencio. Lo siguiente que se oyó fue un lápiz grafito rayando un cuaderno: Aura había tomado su poema de vuelta.
Caídas, salidas,
bajadas, subidas
¿En qué cabeza surgió primero
la espina de la melancolía?
Cuando Elora notó que Aura estaba escribiendo se sintió mejor, a pesar de la situación incómoda. “Veo que no ha cambiado” pensó para dentro y luego dijo en voz alta: “Dentro de poco llegaremos al hotel, solo nos falta un par de kilómetros”. Aura le sonrió y continuó escribiendo hasta que quedó dormida. “Despierta, llegamos.”
Tenían un día pesado por venir, el hotel quedaba a un par de horas de la casa de los padres de Aura entonces tenían que madrugar. Aura hizo una llamada rápida al celular de Don Palmar avisando que se encontraba bien y que llegaría al siguiente día, y se fueron a dormir.